lunes, 28 de enero de 2013

Ahora y siempre, el Circo de Hungría

En 1969 mi padre  me llevó al Estadio Luna Park de Buenos Aires para ver el Fövárosi Nagycirkusz que, con el nombre de “Circo Estatal de Hungría” llegaba por primera a la Argentina.  Era la primera vez que yo escuchaba hablar de Hungría y, para un niño de seis años,  el “primer encuentro” había sido perfecto. Ciertamente, luego visité muchos otros circos pero para mí la idea de los grandes artistas circenses siempre quedó ligada a Hungría, a aquellos trapecistas de movimientos perfectos y a la dulzura del gran payaso Gabor Eötvös.
 

 
El 20 de enero pasado mi padre, ya fallecido, habría cumplido años. Ese mismo día fuimos con Fabrizio a disfrutar del Fövárosi Nagycirkusz (www.fnc.hu) en su propia sede de Állatkerti körút 12. El edificio está bien diseñado, con calefacción adecuada para este tiempo invernal, y una pista central que asegura muy buena visibilidad desde todas las butacas. El director del circo se llama József Richter y, como suele ocurrir en los circos tradicionales, varios  miembros de su familia forman parte del espectáculo. La precisión y el coraje del equilibrista Lásló Simet (por momentos nos cortó la respiración) sorprende incluso a los más exigentes. También fue emocionante disfrutar del arte vertiginoso del malabarista Loránd Eötvös,  digno familiar de aquel legendario payaso que me hizo reír hace cuarenta y cuatro años.  Para mi hijo, habituado a los “new circus” sin animales, fue una inolvidable  sorpresa ver actuar a elefantes, caballos, camellos, y hasta un toro (o algo muy parecido). Los “new circus” son una buena idea que demuestran que la disciplina se adapta a los cambios y sigue viva. Pero, por su parte,  el “circo clásico” sigue teniendo un encanto particular por su dimensión humana, por su inocencia, y por obsequiarnos en cada función una selección de destrezas que no pretenden amalgamarse más allá del generoso encuentro de los artistas en el luminoso anillo de arena. Desde luego el “circo clásico” tiene además el encanto de lo que ha logrado perdurar en el tiempo con su espontaneidad artesanal, más allá de las generaciones y de los cambios tecnológicos. En esa larga y entrañable historia el Fövárosi Nagycirkusz tiene escrito un capítulo bien destacado.




Después del desfile final, volvimos al auto comentando el espectáculo y con la satisfacción del ritual cumplido.  Fabrizio me prometió que él también llevaría a sus hijos (en Budapest, en Buenos Aires o donde sea) a ver el circo húngaro. Definitivamente habíamos festejado el cumpleaños de su abuelo de la mejor manera posible.
 

viernes, 18 de enero de 2013

Buenos Aires llegó a Klebelsberg


El viernes después de cerrar la oficina me fui manejando hasta una sala donde se anunciaba un concierto de piano de Katalin Csillagh (www.katalincsillagh.com/) consagrado a obras de Astor Piazzolla. Kleberlsberg Kulturkuria se encuentra en los bordes del Distrito II, allí donde finaliza Budapest. Es una zona con un ambiente distinto, casi un tranquilo pueblo del interior a solo 20 minutos del centro. Si uno está atento…llegar allí es como entrar en otro mundo. Como lo sugiere la dirección (Templon utca 2-10) el centro cultural queda frente a una linda iglesia que un día tengo que ir a conocer por dentro. El estacionamiento es grande, cómodo a pesar de la nieve y gratuito. El centro cultural es hermoso y ofrece una programación muy variada, con muchas salas, exposiciones y grandes ventanales que tientan a los que pasan para ir a visitar lo que se ofrece.

Entre el público había mayoría de vecinos muy amables y hasta el intendente (borgmeister) estaba allí y se acercó a saludarme (tengo que aprender húngaro).

Katalin Csillagh es una pianista muy fina y talentosa (¡Gracias Alberto Portugheis por la recomendación!) y esta vez fue también una anfitriona ejemplar. Tocó Piazzolla con mucho cariño y respeto mientras en una pantalla se proyectaban imágenes de Buenos Aires. Distendida y afable, Katalin generó varios intervalos para conversar con el público, hablar sobre los argentinos, su relación con el tango, la vida de Astor Piazzolla, ofrecer algunos bocados y también para responder varias preguntas. Creo que yo era el único argentino en la sala y me emocioné por la calidad de la música y por ver a un grupo tan encantador de húngaros hablando amablemente sobre algunos aspectos de mi país. “Desde que salí de Buenos Aires nunca me había sentido tan cerca de mi ciudad como en esta noche tan singular”, pensaba mientras sacaba la nieve del parabrisas.
Foto: Katalin Csillagh

Fue realmente una noche mágica…y todavía me esperaban nuevas sorpresas. En el viaje de regreso iba escuchando en el auto el CD “Astor” que la joven pianista me autografió gentilmente y recordaba esos momentos tan lindos que había pasado. Al mismo tiempo estaba un poco preocupado por la nieve, la noche, y por encontrar el camino correcto (sin el GPS todavía no encuentro ni el Puente de las Cadenas).  Me faltaban trescientos metros para llegar a casa (Distrito XII, muy cerca de Széchenyi-hegy) cuando vi cuatro perros robustos caminando por la calle. ¿Una banda de perros sueltos, cómo en los pequeños pueblos de la Argentina? Me acerqué sigilosamente (siempre dentro del Volvo, claro) para ver de qué raza eran. Eran perros muy extraños: las cabezas demasiado alargadas, las patas muy cortas….Definitivamente no eran perros. ¡¡Eran cuatro jabalíes!! En serio. Les doy mi palabra que no había bebido ni una copa de Tokai en todo el día. Los ví, me vieron, me miraron… y rápidamente se escabulleron entre las callejuelas del vecindario.