lunes, 25 de febrero de 2013

Encuentro con Mr. Tango (Budai Laszlo)

Mi padre tenía un sentido del humor muy particular: nací el día de San Valentín y, en lugar de llamarme Valentín, me registró con el nombre del Emperador romano que lo mandó a matar. Así es como el pasado 14 de febrero,  como todos los 14 de febrero, fue mi  cumpleaños, pero este estaba destinado a ser muy especial  (y un poco melancólico) ya que  llegué a Budapest hace menos de dos meses y –salvo Fabrizio y mi esposa- mis seres más queridos viven muy lejos. Para peor cumplía 50 años y la presión pitagórica por algún tipo de festejo se hacía insoportable.  La perspectiva de una fiesta de medio siglo en combinación con la falta de invitados generaba un poco de nostalgia. Cuando nos ponemos muy tristes los porteños, igual que los holandeses, los australianos y los chinos, tomamos ansiolíticos o hacemos gimnasia. Pero si sólo sentimos un poco de nostalgia, los porteños tenemos un remedio único…nos refugiamos en el tango. Esta vez, con el tango sería suficiente.

Estaba decidido, festejaría mi cumpleaños en la Sala Festival donde anunciaban el espectáculo “Tango No Tango”, del húngaro Laszlo Budai. El tango es demasiado folk, demasiado  profundo y demasiado sofisticado para que los extranjeros puedan disfrutarlo directamente. Por eso en todas las capitales hay mediadores que se encargan de adaptarlo a cada cultura. Si no fuera por ellos, el tango no estaría tan universalmente difundido o quizá sólo sería conocido por eruditos, o como una manifestación cultural externa con pocas posibilidades de incorporarse a la vida cotidiana de los extranjeros (es lo que le ocurre a las tumbas egipcias o el teatro Kabuki, por ejemplo). Los difusores del tango en el exterior generalmente son bailarines avanzados que viajaron muchas veces a Buenos Aires y terminaron transformando su hobby en una profesión. Yo los llamo afectuosamente Mr Tango. Algunos son megalómanos o pintorescos. Otros son realmente buenos y bien ubicados. En Hungría Mr Tango es Laszlo Budai y es el mejor Mr. Tango que conozco (www.budaitango.hu).


“Tango no tango” está protagonizado por un par de músicos, una buena cantante (¡con excelente pronunciación!) y unos veinte bailarines que nos muestran con respeto y elegancia las distintas formas del tango: el antiguo tango que se bailaba en las calles, el de las milongas, el de los salones, el de los grandes escenarios y hasta ciertos toques de tango que se pierden entre los pliegues de la danza contemporánea. Laszlo Budai administra sus recursos con sabiduría y le encomienda a cada bailarín los pasos para los que está mejor preparado. El Mr Tango húngaro muestra grandeza al cederle el saludo final a los argentinos Christian Duarte y Lilach Mor y sabiduría en la elección de su  compañera de baile (estupenda Andrea Pirity). Me emocionan hasta las lágrimas cuando bailan con una pelota de fútbol y vestidos con la camiseta del equipo nacional argentino. El tango, la bandera celeste y blanca y el fútbol se hicieron presentes sobre uno de los escenarios más prestigiosos de Budapest y el público aplaude con entusiasmo. Parece que mi cumpleaños no será tan triste después de todo. 
 
 
Pero hay más. Cuando ya me estaba preparando para ir a casa a apagar las velitas, Laszlo Budai interrumpe la ovación final y….¡me convoca para que suba al escenario! Budai explica que hoy es mi cumpleaños y el aplauso de las 600 personas que colmaban la platea me hace temblar las piernas. Gracias a todos ellos por acompañarme en la celebración de mi primer medio siglo. Al final tuve la fiesta de cumpleaños más concurrida de mi vida. Definitivamente el tango y Budapest nos tienen reservadas más sorpresas de lo que yo pensaba.

miércoles, 13 de febrero de 2013

El Parlamento: visita guiada al corazón de Hungría


"Honramos a la Santa Corona que encarna la continuidad constitucional de Hungría y la unidad de la nación” (del Preámbulo de la Constitución de Hungría)

En 1902, año de su inauguración, el Parlamento Húngaro era el más grande del mundo. A los amantes de las matemáticas les interesará saber que mide 268 metros de longitud por 118 de profundidad, posee 27 puertas exteriores y contiene más de 20 kilómetros de escaleras y 691 habitaciones. La cúpula tiene una altura de 96 metros, un homenaje al año 896, cuando los húngaros se asentaron en su actual territorio. Pero hay razones más serias para visitarlo.
Su emplazamiento magnífico, en Pest y sobre el Danubio, justo enfrente de la colina de Buda donde se encuentra el Palacio Real, fue elegido como contrapeso arquitectónico y simbólico, para poner de manifiesto que la nación se encaminaba hacia un nuevo destino democrático, en sintonía con las ideas expresadas en los movimientos de 1848. 

Su estilo ecléctico –pero con predominio del gótico- le da un cierto carácter atemporal y lo aproxima al Palacio de Westminster (cuna del parlamentarismo). Con la excepción de ocho columnas traídas desde Suecia, para su construcción sólo se utilizaron materiales originarios de Hungría. Además, no se trata de un museo, sino del edificio donde sesionan los legisladores y donde tienen sus despachos oficiales el Primer Ministro y el Presidente de la Nación.  


Al ascender por los (¡96!) escalones de la escalera interior principal intuí que estaba ingresando en el corazón del alma de Hungría. Desde el cielo raso, los frescos de Károly Lotz nos sumergen en su historia. Al pasar bajo la cúpula, las imágenes de nombres de la talla de Arpad, San Esteban, María Teresa, Leopoldo II y otros doce grandes personajes que alguna vez la gobernaron, nos confirman la dimensión de esa gesta. A pocos metros, una sala decorada con esculturas de comerciantes, agricultores y gente del pueblo deja en claro que los políticos, los santos y los uniformados no son los únicos artífices de la nación.

En la sala de sesiones, los escudos de armas de las antiguas posesiones parecen recordarles a los legisladores los riesgos de la guerra y las consecuencias del Tratado del Trianon (por el que Hungría fue obligada a renunciar a dos terceras partes de su territorio).
Pero, en medio de este Palacio que une el pasado con el presente y el futuro del país, nada nos deslumbra tanto como la Santa Corona, expuesta en la sala de la cúpula y envuelta en sugestivos misterios (¿Cuándo fue creada? ¿A qué se debe la inclinación de la cruz que está sobre ella?). En los años de la monarquía se le adjudicaba una eficacia absoluta: no era posible ser Rey de Hungría sin haber sido coronado con ella. La Constitución republicana vigente le reconoce en su Preámbulo un rol de privilegio en la construcción de la nación. Desde su elegante brillo la corona ilumina todos los rincones de la historia de Hungría. Al verla, no puedo evitar un sentimiento de tranquilidad y satisfacción por encima de toda lógica. Estoy convencido: mientras la Santa Corona esté allí, a buen resguardo y honrada por su pueblo, Hungría seguirá existiendo.