sábado, 23 de mayo de 2015

El rostro de la guerra

Entre 1944 y 1989 buena parte de la población húngara fue víctima del terror impuesto por las dos mayores dictaduras europeas del siglo 20. La Casa del Terror (http://www.terrorhaza.hu) es el museo que condensa y expone el rostro más perverso de ambos regímenes: un sistema de control social, delaciones y torturas opuesto a todo lo que entendemos por convivencia democrática y formas humanas de organización. Se encuentra sobre la Avenida más elegante de Budapest y funciona en el mismo edificio donde la policía nazi primero, y la estalinista luego registraban y disponían de la vida de sus víctimas. Luego de postergar la visita en varias ocasiones, terminé recorriéndolo en soledad. No me sorprende que muchos húngaros prefieran no visitarlo. Para quien vivió el horror, la mera persistencia de sus oscuros salones ya constituye un aporte suficiente para la necesaria memoria colectiva.

                      

La capacidad para recuperarnos de nuestras propias pesadillas es uno de los tesoros más preciados de los hombres. Pero las miserias de la degradación humana naturalmente no pueden encerrarse herméticamente en cuatro paredes. Merodean entre los recuerdos y las sombras de lo cotidiano. La mirada de una sola de sus víctimas nos alcanza para comprender lo que nunca debió ser. Por mi parte, nunca me sentí tan cerca del dolor de la guerra como al contemplar la oscura belleza de los cuadros de Imre Ámos.

Mucho más que las estadísticas, los relatos bélicos y los documentales en blanco y negro, la obra de Ámos nos traslada al campo  de batalla desde la piel de un hombre común, inocente, indefenso, obligado a escalar el calvario del absurdo.

                       


El 7 de diciembre de 1907 Imre Ungár (su nombre original) nació en Nagykallo, epicentro húngaro del judaísmo jasídico. Poco después murió su padre, y su crianza estuvo a cargo de su enfermiza madre y su abuelo materno, respetado maestro de la comunidad judía del pueblo. Creció en una atmósfera iluminada por el pasado de las glorias húngaras y la inextinguible esperanza en la llegada del Mesías. Su pintura se dejó inspirar más por la Biblia y la poesía que por las escuelas de arte de su época (que desde luego no le fueron ajenas).

En 1931 conoció a su futura esposa Margit Anna, con quien compartiría un candoroso amor y la pasión por el arte.  En 1934 adoptó oficialmente el nombre Ámos, en homenaje al profeta bíblico. En los años siguientes pasó varios veranos en la pintoresca ciudad de Szentendre, cuyas idílicas calles fueron  inmortalizadas en muchos de sus cuadros. 

                         

En 1940 fue reclutado por primera vez para cumplir trabajos forzados en el tendido de vías ferroviarias. Más tarde pasó catorce meses en el frente ruso donde cayó víctima del tifus epidémico y la neumonía. Cuando su condición es crítica regresa convaleciente al hogar por unos meses, y vuelve a ser convocado. Los rencuentros con  Margit Anna le permiten recuperarse precariamente, pero también incrementan el pánico y la desazón ante cada regreso al infierno.

                        

Jamás abandonó el dibujo: sobre papeles ajados, sobre cartones húmedos, con lápiz, con carbón, con lo que encuentra. Con religioso fervor dejó testimonio del sufrimiento de quienes lo rodeaban. Cada dibujo, cada día, parece acercarse un poco más al último abismo.  Visiones apocalípticas, rostros torturados, ángeles sin esperanza y el último hálito de vida apenas filtrándose por entre las pálidas naturalezas muertas.

                          

En noviembre de 1944, sus compañeros de agonía lo vieron por última vez en las inmediaciones del campo de concentración de Buchenwald. Actualmente una buena muestra de su obra puede verse en el Museo Imre Ámos–Margit Anna (Bogdányi utca 12, Szentendre).

En su pueblo natal, el único vestigio de vida judía que quedó en pie es el cementerio. La sinagoga de Nagykallo nunca fue reconstruida.



















viernes, 30 de enero de 2015

El Santo Patrono de Buenos Aires….¡es húngaro!

La Constitución Húngara reconoce expresamente el rol de la Cristiandad en la preservación de la nación. Las misas dominicales de Hungría suelen estar colmadas de fieles, y en el último cónclave el Cardenal Péter Erdö, Arzobispo de Budapest y Esztergom, fue uno de los principales candidatos a suceder a Benedicto XVI.  Definitivamente el cristianismo es un componente crucial de la cultura húngara, y para bucear sobre sus orígenes hicimos con Fabrizio un viaje a la Abadía de Pannonhalma, eminente centro evangelizador del país.

               

A fines del siglo 10 Géza, el primer Príncipe húngaro convertido al cristianismo, convocó a una delegación de monjes llegados desde la  poderosa Abadía de Cluny (en Francia) para que la fundasen. Su primer Abad fue San Anastasio, el mismo que años más tarde traería desde Roma la Corona de Hungría. Su impactante emplazamiento la puso a salvo de las invasiones de los mongoles en el siglo 13, pero no pudo resistir el asedio turco del siglo 16, y hoy día poco queda del edificio original. En la actualidad la Abadía de Pannonhalma alberga a 70 monjes, un colegio, un seminario, una academia de teología y un asilo de ancianos.

                

En su interior se destaca la Biblioteca fundada en el siglo 11 con 300.000 volúmenes y varios incunables, incluyendo el manuscrito más antiguo que se conserva en idioma húngaro: el acta fundacional de la Abadía de Tihany . En el claustro y en la iglesia (interior del siglo 18) nos envuelve un ambiente de luminosa quietud que predispone magníficamente a la contemplación. Al abandonar el templo, vuelvo la mirada y descubro en el tímpano un ícono familiar…¿De quién se trata?

                 

Un monje me explica amablemente que ese caballero que rompe su capa al medio para compartirla con un mendigo es San Martín de Tours.  De hecho, en una plaza homónima en Buenos Aires una escultura evoca la misma escena.  San Martín de Tours es uno de los patronos de Hungría, aunque con el tiempo su imagen fue perdiendo primacía frente a la figura de San Esteban, quien además de santo fue el primer rey húngaro (el marketing político no es invento del siglo 21).


    
San Martín vio la luz en el siglo 4 en la ciudad de Szombathely, en la Provincia Romana de Panonia (actual territorio de Hungría) y la abadía le fue consagrada porque está emplazada  en una colina que, erróneamente, consideraban entonces como su lugar de nacimiento. Pero los húngaros no fueron las únicas víctimas de este tipo de confusiones.

               

En 1580, después de fundar Buenos Aires, Don Juan de Garay se reunió con los miembros del flamante cabildo para celebrar un sorteo ritual que determinase quién sería el santo patrono de la ciudad. La suerte cayó sobre San Martín de Tours (así llamado porque había sido obispo en dicha ciudad francesa). Los vecinos (españoles) se negaban a tener un santo “francés” y la elección se tuvo que repetir tres veces…y el favorecido era siempre el mismo. Los fundadores interpretaron que esta coincidencia expresaba la voluntad de los Cielos y aceptaron el patronazgo del santo; que no era francés, sino húngaro, o nacido en lo que sería Hungría. La providencia corregía así la ignorancia de los colonos.

               

La celebridad de San Martín de Tours excede lo estrictamente religioso.  En muchos países de Europa su día (11 de noviembre) se celebra compartiendo alimentos o en grandes fiestas donde la tradición invita a comer foie gras de ganso u otras preparaciones del mismo animal.  En la Iglesia católica medioeval  la cuaresma  comenzaba a mediados de noviembre y así se explicaría el sentido original de la fiesta (era algo así como los carnavales de entonces) Pero… ¿por qué ganso? Según una leyenda San Martín, en su humildad, rehusaba el cargo de obispo y huyó a una granja para esconderse de los franceses  que lo aclamaban. Entonces, unos gansos lo delataron y el santo maldijo a las ruidosas aves  (y habría matado algunas antes de resignarse a su ordenación).  Versiones menos cruentas recuerdan que la fecha simplemente coincidía con las migraciones de los gansos salvajes.  Casualidad o no, lo que está fuera de duda es que en la actualidad los mayores productores mundiales del  exquisito foie gras de ganso son justamente los dos países donde más se ha venerado a San Martín de Tours: Hungría y Francia.