martes, 28 de junio de 2016

Historia de dos iglesias

Westminster en Londres, Il Duomo en Milano, San Pedro en Roma, Notre Dame en París. Las grandes ciudades suelen tener un gran templo que se destaca por sobre el resto. En la capital de Hungría la elección es complicada: quizás porque Buda y Pest recién se unificaron en 1873 cada una conserva su iglesia católica emblemática.  Cada domingo en el desayuno me repito la misma pregunta: ¿A dónde voy a escuchar misa? ¿A la Basílica…o a la Iglesia de Matías?

La Basílica de San Esteban fue construida a fines del Siglo 19. Su majestuosidad neoclásica permite albergar 8500 fieles y refleja la prosperidad económica de la que Pest gozaba por entonces, cuando la ciudad se preparaba para celebrar los mil años de la llegada del Príncipe Árpad en el 896.  Por ello su cúpula mide 96 metros, exactamente lo mismo que la cúpula del Parlamento -gran templo laico del Estado- construido también en vísperas del milenio.  

                 

En un país con más de mil años de rica prosapia la Basílica es casi una niña, pero compensa su juventud dando albergue a la principal y más antigua reliquia del cristianismo magiar: el brazo de San Esteban, Primer Rey y gran soporte de la evangelización húngara con el auxilio de su fe inquebrantable…y de su espada, por cierto.

       

Cruzando el Danubio, sobre la colina del Castillo, la Iglesia de Nuestra Señora en cambio es mucho más añeja. Su planta actual data del Siglo 13 y de esa época se conserva en su lugar original un magnífico capitel románico con la imagen de un monje y un hombre con barba leyendo las Escrituras. Con el paso de los siglos, los más diversos estilos arquitectónicos fueron dejando su huella en el espléndido templo que todos conocen como Iglesia de Matías, en homenaje al monarca que la dotó de ciertos aires renacentistas. 

      

En tiempos de la invasión turca del Siglo 16 fue transformada en mezquita, pero antes de ceder su resistencia los defensores pudieron construir un muro interno para ocultar y proteger una estatua de la Virgen. Ciento cincuenta años después cuando los cañones de la Liga Santa emprendieron la reconquista;  el muro se desplomó y los turcos se rindieron de inmediato, aterrados ante la imagen “milagrosa” que se les aparecía en medio de una densa polvareda.  La escultura se venera actualmente en la llamada Capilla de Loreto, en el ala sur del templo.

            

Luego los jesuitas quedaron a cargo y encabezaron una remodelación barroca de la que han quedado pocos rastros.  La última gran reconstrucción fue terminada poco antes de la Primera Guerra Mundial. De esos años son los coloridos frescos que decoran su interior que, aunque puedan sugerir una estética bizantina,  son tributarios inconfundibles del art decó húngaro.

Testigo de coronaciones y bodas reales, la Iglesia de Matías conserva a la derecha de su altar mayor un balcón reservado a las familia real. A pocos metros de allí, guarecido por los tubos del órgano, el capítulo húngaro de la Soberana Orden de Malta se reunía semanalmente (¿en secreto?) durante la ocupación soviética. 

           

En Pest, la Basílica. En Buda, la Iglesia de Matías. En ambas, la misa dominical de las 10 garantiza un ritual bien cuidado, con algunos tramos en latín, y una animación musical con nivel de concierto. Una casi republicana y hasta democrática (la entrada es libre y gratuita), la otra definitivamente monárquica. Una más urbana e industrial, la otra más pueblerina y tradicional.

Quien pueda comprenderlas en su complejidad material y espiritual merecería un posgrado en arquitectura y habrá dado un gran paso en la difícil aventura de conocer la compleja historia de Hungría. 


lunes, 1 de febrero de 2016

Sopron: La ciudad que eligió ser húngara.

A poco de llegar a Sopron, caminando por su centro histórico tuvimos la sensación de habernos embarcado en un viaje en el tiempo. Rodeados por cortesanos y soldados la pareja real recorre las calles de la ciudad camino a la Iglesia de la Virgen Bendita (más conocida como “Iglesia de la Cabra”). El pueblo vitorea eufórico. Nosotros, por las dudas, también. No es para menos: minutos después asistiremos a una ceremonia de coronación real presidida por un obispo y animada por un coro estupendo, todos con vestuario de época. De ese modo, la ciudad recuerda cada verano la consagración de Fernando III en 1625, época en que varias reuniones parlamentarias y casamientos reales se celebraron en la “Iglesia de la Cabra” (varias teorías contradictorias procuran explicar el origen del seudónimo).

                        

Sopron se ubica en el extremo occidental de Hungría, casi sobre el límite con Austria. En el lugar que hoy ocupa su Plaza Mayor se encontraba el foro de la ciudad romana de Scarbantia, destruída por las invasiones bárbaras. Desde el siglo XI pertenece a Hungría, aquí residió el Rey Matías Corvino cuando preparaba el asalto a Viena (1482-1483) y fue una de las ciudades que resistió el asedio de las invasiones turcas del siglo 16. A pesar de que la Torre de Observación contra el Fuego es el edificio más emblemático de la Plaza, la ciudad no pudo escapar a la destrucción del gran incendio de 1676.

                           

 Las líneas barrocas que predominan en la ciudad datan de su reconstrucción posterior. En ella visitamos una antigua sinagoga, un hermoso templo luterano y varios museos de interés; el piano donde Franz Liszt aprendió a tocar se expone en la Casa Storno, aunque mi hijo se sintió más atraído por el Museo de las Minas y por la Casa Fabricius, desde luego.

                      
                     

Al alejarnos del centro histórico nos sorprendió la cantidad de consultorios odontológicos que proliferan a la espera de los miles de turistas austríacos que cruzan la frontera atraídos por la calidad de los dentistas húngaros (y sus honorarios competitivos). 


                      

La gran historia de Sopron se extiende con merecido orgullo hasta nuestros días. Si, como sostiene el historiador inglés Eric Hobsbawn, el siglo 20 es un siglo corto que se inicia en la Gran Guerra y termina con la caída del Muro de Berlín podremos decir que Sopron tuvo protagonismo en su inicio y en su conclusión.  

En su inicio porque los Tratados de París de 1921 dictaminaron que se integraría al territorio austríaco pero, tras una insurrección popular, sus habitantes decidieron por referendum seguir siendo parte de Hungría. Lamentablemente a los ciudadanos que habitaban otros territorios cercenados a Hungría luego de la Primera Guerra Mundial no se les dio la oportunidad de elegir.   

En su final porque el 19 de agosto de 1989 en las afueras de Sopron se abrió por primera vez una grieta en la Cortina de Hierro y varios centenares de alemanes (del este) cruzaron a Austria. Los soldados húngaros desobedecieron la orden de disparar y el acontecimiento quedó registrado como un antecedente crucial en el proceso que llevaría a  la caída del Muro de Berlín, ocurrida semanas después. 

                               

Una monumental puerta entreabierta recuerda el episodio. Después de atravesarla, ya en el crepúsculo, seguimos viaje a un antiguo monasterio en las cercanías, pero no para rezar ni departir con los monjes. Señal de los tiempos que corren, el Kloster Wandorf es actualmente un hotel encantador con un ambiente calmo y sereno que nos invita a meditar sobre todo lo que aprendimos y un restaurante magnífico que ciertamente ayudó a elevar aún más nuestros espíritus.