martes, 28 de junio de 2016

Historia de dos iglesias

Westminster en Londres, Il Duomo en Milano, San Pedro en Roma, Notre Dame en París. Las grandes ciudades suelen tener un gran templo que se destaca por sobre el resto. En la capital de Hungría la elección es complicada: quizás porque Buda y Pest recién se unificaron en 1873 cada una conserva su iglesia católica emblemática.  Cada domingo en el desayuno me repito la misma pregunta: ¿A dónde voy a escuchar misa? ¿A la Basílica…o a la Iglesia de Matías?

La Basílica de San Esteban fue construida a fines del Siglo 19. Su majestuosidad neoclásica permite albergar 8500 fieles y refleja la prosperidad económica de la que Pest gozaba por entonces, cuando la ciudad se preparaba para celebrar los mil años de la llegada del Príncipe Árpad en el 896.  Por ello su cúpula mide 96 metros, exactamente lo mismo que la cúpula del Parlamento -gran templo laico del Estado- construido también en vísperas del milenio.  

                 

En un país con más de mil años de rica prosapia la Basílica es casi una niña, pero compensa su juventud dando albergue a la principal y más antigua reliquia del cristianismo magiar: el brazo de San Esteban, Primer Rey y gran soporte de la evangelización húngara con el auxilio de su fe inquebrantable…y de su espada, por cierto.

       

Cruzando el Danubio, sobre la colina del Castillo, la Iglesia de Nuestra Señora en cambio es mucho más añeja. Su planta actual data del Siglo 13 y de esa época se conserva en su lugar original un magnífico capitel románico con la imagen de un monje y un hombre con barba leyendo las Escrituras. Con el paso de los siglos, los más diversos estilos arquitectónicos fueron dejando su huella en el espléndido templo que todos conocen como Iglesia de Matías, en homenaje al monarca que la dotó de ciertos aires renacentistas. 

      

En tiempos de la invasión turca del Siglo 16 fue transformada en mezquita, pero antes de ceder su resistencia los defensores pudieron construir un muro interno para ocultar y proteger una estatua de la Virgen. Ciento cincuenta años después cuando los cañones de la Liga Santa emprendieron la reconquista;  el muro se desplomó y los turcos se rindieron de inmediato, aterrados ante la imagen “milagrosa” que se les aparecía en medio de una densa polvareda.  La escultura se venera actualmente en la llamada Capilla de Loreto, en el ala sur del templo.

            

Luego los jesuitas quedaron a cargo y encabezaron una remodelación barroca de la que han quedado pocos rastros.  La última gran reconstrucción fue terminada poco antes de la Primera Guerra Mundial. De esos años son los coloridos frescos que decoran su interior que, aunque puedan sugerir una estética bizantina,  son tributarios inconfundibles del art decó húngaro.

Testigo de coronaciones y bodas reales, la Iglesia de Matías conserva a la derecha de su altar mayor un balcón reservado a las familia real. A pocos metros de allí, guarecido por los tubos del órgano, el capítulo húngaro de la Soberana Orden de Malta se reunía semanalmente (¿en secreto?) durante la ocupación soviética. 

           

En Pest, la Basílica. En Buda, la Iglesia de Matías. En ambas, la misa dominical de las 10 garantiza un ritual bien cuidado, con algunos tramos en latín, y una animación musical con nivel de concierto. Una casi republicana y hasta democrática (la entrada es libre y gratuita), la otra definitivamente monárquica. Una más urbana e industrial, la otra más pueblerina y tradicional.

Quien pueda comprenderlas en su complejidad material y espiritual merecería un posgrado en arquitectura y habrá dado un gran paso en la difícil aventura de conocer la compleja historia de Hungría. 


lunes, 1 de febrero de 2016

Sopron: La ciudad que eligió ser húngara.

A poco de llegar a Sopron, caminando por su centro histórico tuvimos la sensación de habernos embarcado en un viaje en el tiempo. Rodeados por cortesanos y soldados la pareja real recorre las calles de la ciudad camino a la Iglesia de la Virgen Bendita (más conocida como “Iglesia de la Cabra”). El pueblo vitorea eufórico. Nosotros, por las dudas, también. No es para menos: minutos después asistiremos a una ceremonia de coronación real presidida por un obispo y animada por un coro estupendo, todos con vestuario de época. De ese modo, la ciudad recuerda cada verano la consagración de Fernando III en 1625, época en que varias reuniones parlamentarias y casamientos reales se celebraron en la “Iglesia de la Cabra” (varias teorías contradictorias procuran explicar el origen del seudónimo).

                        

Sopron se ubica en el extremo occidental de Hungría, casi sobre el límite con Austria. En el lugar que hoy ocupa su Plaza Mayor se encontraba el foro de la ciudad romana de Scarbantia, destruída por las invasiones bárbaras. Desde el siglo XI pertenece a Hungría, aquí residió el Rey Matías Corvino cuando preparaba el asalto a Viena (1482-1483) y fue una de las ciudades que resistió el asedio de las invasiones turcas del siglo 16. A pesar de que la Torre de Observación contra el Fuego es el edificio más emblemático de la Plaza, la ciudad no pudo escapar a la destrucción del gran incendio de 1676.

                           

 Las líneas barrocas que predominan en la ciudad datan de su reconstrucción posterior. En ella visitamos una antigua sinagoga, un hermoso templo luterano y varios museos de interés; el piano donde Franz Liszt aprendió a tocar se expone en la Casa Storno, aunque mi hijo se sintió más atraído por el Museo de las Minas y por la Casa Fabricius, desde luego.

                      
                     

Al alejarnos del centro histórico nos sorprendió la cantidad de consultorios odontológicos que proliferan a la espera de los miles de turistas austríacos que cruzan la frontera atraídos por la calidad de los dentistas húngaros (y sus honorarios competitivos). 


                      

La gran historia de Sopron se extiende con merecido orgullo hasta nuestros días. Si, como sostiene el historiador inglés Eric Hobsbawn, el siglo 20 es un siglo corto que se inicia en la Gran Guerra y termina con la caída del Muro de Berlín podremos decir que Sopron tuvo protagonismo en su inicio y en su conclusión.  

En su inicio porque los Tratados de París de 1921 dictaminaron que se integraría al territorio austríaco pero, tras una insurrección popular, sus habitantes decidieron por referendum seguir siendo parte de Hungría. Lamentablemente a los ciudadanos que habitaban otros territorios cercenados a Hungría luego de la Primera Guerra Mundial no se les dio la oportunidad de elegir.   

En su final porque el 19 de agosto de 1989 en las afueras de Sopron se abrió por primera vez una grieta en la Cortina de Hierro y varios centenares de alemanes (del este) cruzaron a Austria. Los soldados húngaros desobedecieron la orden de disparar y el acontecimiento quedó registrado como un antecedente crucial en el proceso que llevaría a  la caída del Muro de Berlín, ocurrida semanas después. 

                               

Una monumental puerta entreabierta recuerda el episodio. Después de atravesarla, ya en el crepúsculo, seguimos viaje a un antiguo monasterio en las cercanías, pero no para rezar ni departir con los monjes. Señal de los tiempos que corren, el Kloster Wandorf es actualmente un hotel encantador con un ambiente calmo y sereno que nos invita a meditar sobre todo lo que aprendimos y un restaurante magnífico que ciertamente ayudó a elevar aún más nuestros espíritus. 

                       







sábado, 23 de mayo de 2015

El rostro de la guerra

Entre 1944 y 1989 buena parte de la población húngara fue víctima del terror impuesto por las dos mayores dictaduras europeas del siglo 20. La Casa del Terror (http://www.terrorhaza.hu) es el museo que condensa y expone el rostro más perverso de ambos regímenes: un sistema de control social, delaciones y torturas opuesto a todo lo que entendemos por convivencia democrática y formas humanas de organización. Se encuentra sobre la Avenida más elegante de Budapest y funciona en el mismo edificio donde la policía nazi primero, y la estalinista luego registraban y disponían de la vida de sus víctimas. Luego de postergar la visita en varias ocasiones, terminé recorriéndolo en soledad. No me sorprende que muchos húngaros prefieran no visitarlo. Para quien vivió el horror, la mera persistencia de sus oscuros salones ya constituye un aporte suficiente para la necesaria memoria colectiva.

                      

La capacidad para recuperarnos de nuestras propias pesadillas es uno de los tesoros más preciados de los hombres. Pero las miserias de la degradación humana naturalmente no pueden encerrarse herméticamente en cuatro paredes. Merodean entre los recuerdos y las sombras de lo cotidiano. La mirada de una sola de sus víctimas nos alcanza para comprender lo que nunca debió ser. Por mi parte, nunca me sentí tan cerca del dolor de la guerra como al contemplar la oscura belleza de los cuadros de Imre Ámos.

Mucho más que las estadísticas, los relatos bélicos y los documentales en blanco y negro, la obra de Ámos nos traslada al campo  de batalla desde la piel de un hombre común, inocente, indefenso, obligado a escalar el calvario del absurdo.

                       


El 7 de diciembre de 1907 Imre Ungár (su nombre original) nació en Nagykallo, epicentro húngaro del judaísmo jasídico. Poco después murió su padre, y su crianza estuvo a cargo de su enfermiza madre y su abuelo materno, respetado maestro de la comunidad judía del pueblo. Creció en una atmósfera iluminada por el pasado de las glorias húngaras y la inextinguible esperanza en la llegada del Mesías. Su pintura se dejó inspirar más por la Biblia y la poesía que por las escuelas de arte de su época (que desde luego no le fueron ajenas).

En 1931 conoció a su futura esposa Margit Anna, con quien compartiría un candoroso amor y la pasión por el arte.  En 1934 adoptó oficialmente el nombre Ámos, en homenaje al profeta bíblico. En los años siguientes pasó varios veranos en la pintoresca ciudad de Szentendre, cuyas idílicas calles fueron  inmortalizadas en muchos de sus cuadros. 

                         

En 1940 fue reclutado por primera vez para cumplir trabajos forzados en el tendido de vías ferroviarias. Más tarde pasó catorce meses en el frente ruso donde cayó víctima del tifus epidémico y la neumonía. Cuando su condición es crítica regresa convaleciente al hogar por unos meses, y vuelve a ser convocado. Los rencuentros con  Margit Anna le permiten recuperarse precariamente, pero también incrementan el pánico y la desazón ante cada regreso al infierno.

                        

Jamás abandonó el dibujo: sobre papeles ajados, sobre cartones húmedos, con lápiz, con carbón, con lo que encuentra. Con religioso fervor dejó testimonio del sufrimiento de quienes lo rodeaban. Cada dibujo, cada día, parece acercarse un poco más al último abismo.  Visiones apocalípticas, rostros torturados, ángeles sin esperanza y el último hálito de vida apenas filtrándose por entre las pálidas naturalezas muertas.

                          

En noviembre de 1944, sus compañeros de agonía lo vieron por última vez en las inmediaciones del campo de concentración de Buchenwald. Actualmente una buena muestra de su obra puede verse en el Museo Imre Ámos–Margit Anna (Bogdányi utca 12, Szentendre).

En su pueblo natal, el único vestigio de vida judía que quedó en pie es el cementerio. La sinagoga de Nagykallo nunca fue reconstruida.



















viernes, 30 de enero de 2015

El Santo Patrono de Buenos Aires….¡es húngaro!

La Constitución Húngara reconoce expresamente el rol de la Cristiandad en la preservación de la nación. Las misas dominicales de Hungría suelen estar colmadas de fieles, y en el último cónclave el Cardenal Péter Erdö, Arzobispo de Budapest y Esztergom, fue uno de los principales candidatos a suceder a Benedicto XVI.  Definitivamente el cristianismo es un componente crucial de la cultura húngara, y para bucear sobre sus orígenes hicimos con Fabrizio un viaje a la Abadía de Pannonhalma, eminente centro evangelizador del país.

               

A fines del siglo 10 Géza, el primer Príncipe húngaro convertido al cristianismo, convocó a una delegación de monjes llegados desde la  poderosa Abadía de Cluny (en Francia) para que la fundasen. Su primer Abad fue San Anastasio, el mismo que años más tarde traería desde Roma la Corona de Hungría. Su impactante emplazamiento la puso a salvo de las invasiones de los mongoles en el siglo 13, pero no pudo resistir el asedio turco del siglo 16, y hoy día poco queda del edificio original. En la actualidad la Abadía de Pannonhalma alberga a 70 monjes, un colegio, un seminario, una academia de teología y un asilo de ancianos.

                

En su interior se destaca la Biblioteca fundada en el siglo 11 con 300.000 volúmenes y varios incunables, incluyendo el manuscrito más antiguo que se conserva en idioma húngaro: el acta fundacional de la Abadía de Tihany . En el claustro y en la iglesia (interior del siglo 18) nos envuelve un ambiente de luminosa quietud que predispone magníficamente a la contemplación. Al abandonar el templo, vuelvo la mirada y descubro en el tímpano un ícono familiar…¿De quién se trata?

                 

Un monje me explica amablemente que ese caballero que rompe su capa al medio para compartirla con un mendigo es San Martín de Tours.  De hecho, en una plaza homónima en Buenos Aires una escultura evoca la misma escena.  San Martín de Tours es uno de los patronos de Hungría, aunque con el tiempo su imagen fue perdiendo primacía frente a la figura de San Esteban, quien además de santo fue el primer rey húngaro (el marketing político no es invento del siglo 21).


    
San Martín vio la luz en el siglo 4 en la ciudad de Szombathely, en la Provincia Romana de Panonia (actual territorio de Hungría) y la abadía le fue consagrada porque está emplazada  en una colina que, erróneamente, consideraban entonces como su lugar de nacimiento. Pero los húngaros no fueron las únicas víctimas de este tipo de confusiones.

               

En 1580, después de fundar Buenos Aires, Don Juan de Garay se reunió con los miembros del flamante cabildo para celebrar un sorteo ritual que determinase quién sería el santo patrono de la ciudad. La suerte cayó sobre San Martín de Tours (así llamado porque había sido obispo en dicha ciudad francesa). Los vecinos (españoles) se negaban a tener un santo “francés” y la elección se tuvo que repetir tres veces…y el favorecido era siempre el mismo. Los fundadores interpretaron que esta coincidencia expresaba la voluntad de los Cielos y aceptaron el patronazgo del santo; que no era francés, sino húngaro, o nacido en lo que sería Hungría. La providencia corregía así la ignorancia de los colonos.

               

La celebridad de San Martín de Tours excede lo estrictamente religioso.  En muchos países de Europa su día (11 de noviembre) se celebra compartiendo alimentos o en grandes fiestas donde la tradición invita a comer foie gras de ganso u otras preparaciones del mismo animal.  En la Iglesia católica medioeval  la cuaresma  comenzaba a mediados de noviembre y así se explicaría el sentido original de la fiesta (era algo así como los carnavales de entonces) Pero… ¿por qué ganso? Según una leyenda San Martín, en su humildad, rehusaba el cargo de obispo y huyó a una granja para esconderse de los franceses  que lo aclamaban. Entonces, unos gansos lo delataron y el santo maldijo a las ruidosas aves  (y habría matado algunas antes de resignarse a su ordenación).  Versiones menos cruentas recuerdan que la fecha simplemente coincidía con las migraciones de los gansos salvajes.  Casualidad o no, lo que está fuera de duda es que en la actualidad los mayores productores mundiales del  exquisito foie gras de ganso son justamente los dos países donde más se ha venerado a San Martín de Tours: Hungría y Francia.

                        

sábado, 20 de diciembre de 2014

Split, el capricho de un viejo emperador (Viaje por los Balcanes III)

En la mañana del 1ro de mayo del año 305, en una colina en las afueras de Nicomedia, Diocleciano, con lágrimas en los ojos, se apresta a dirigirse a la multitud. En el mismo sitio en el que había sido coronado, por primera vez en la historia un Emperador Romano anuncia su decisión de abdicar. Luego de gobernar el mundo mediterráneo por más de 20 años y de realizar una reforma administrativa que demoraría en un siglo la caída del Imperio, Diocleciano decide retirarse pacíficamente al Palacio que él mismo había mandado a construir sobre la costa adriática, en una pequeña ex colonia griega a pocas millas de Salonia, su ciudad de nacimiento.


     

En la actualidad la “casa de retiro” de Diocleciano es el Palacio mejor conservado de la era Romana y demarca el centro histórico de la esplendida ciudad turística de Split, en Croacia. Su plano original (190 x 160 metros) combinaba las características de una “villa” romana y una guarnición militar y contenía un patio monumental llamado Peristilo, con templos paganos y esfinges del antiguo Egipto.

         

En el siglo 7 los pobladores de las cercanías utilizaron el Palacio como refugio defensivo contra los invasores eslavos. El mausoleo de Diocleciano se transformó en la Catedral de Santo Domingo y los aposentos imperiales fueron reformados para dar alojamiento a los recién llegados. La historia siguió penetrando en la arquitectura palaciega durante la edad media y el renacimiento, hasta que el escocés Robert Adam la redescubriera en el siglo 18 y se inspirara en ella para sentar las bases del estilo neoclásico inglés.

       

En la actualidad Split se nos aparece como una espléndida metáfora de la civilización occidental. Los muros exteriores ya no limitan con la campaña sino con un elegante barrio veneciano, algunas mansiones barrocas y varios edificios desangelados del siglo 20. Durante el Festival de Verano el Peristilo recibe grupos de músicos y espectáculos de danza contemporánea. Las enormes salas subterráneas, repletas de escombros durante siglos, albergan hoy un mercado para turistas globalizados.


      


En esta mágica ciudad nada permanece en su estado original, nada desaparece del todo. Cada nuevo edificio recrea y se apoya en los anteriores. Cada período logra resistir el afán revolucionario del siguiente, y en cada esquina es posible adivinar el esplendor Romano permeando por entre las grietas de una casa burguesa o la sucursal de una marca de ropa de moda.

              
Split es también la puerta de entrada a un sinnúmero de excursiones, lanchas y ferries que nos llevarán a las idílicas islas del Adríatico. Entonces, a la hora del crepúsculo, cuando el barco ya se aleja del muelle, si agudizamos la vista y el alma podremos descubrir la gentil silueta de un viejo emperador que, con la lentitud de los años, sigue cultivando su huerto. Nostálgico de las glorias pasadas. Satisfecho, porque aún después de retirarse, ha logrado fundar una ciudad única que lo hará inmortal.
      
                                 

                                                  



Hrvatski tekst

Split - hir jednog cara

Ujutro, 1. svibnja 305. godine, na brdašcu u okolici Nikomedije, Dioklecijan se sa suzama u očima priprema za obraćanje mnoštvu ljudi. Na istome mjestu na kojemu je bio okrunjen, po prvi puta u povijesti, jedan rimski car objavljuje svoju odluku o abdiciranju. Nakon što je vladao sredozemnim svijetom više od 20 godina i nakon što je proveo administrativnu reformu kojom bi se odgodila propast carstva za jedno stoljeće, Dioklecijan je odlučio mirno se povući u palaču koju je sam dao sagraditi na obalama jadranske obale, u jednoj maloj bivšoj grčkoj koloniji, nekoliko milja od Salone, svog rodnog grada.

U sadašnjosti, Dioklecijanova "kuća za odmor" najbolje je uščuvana palača rimskog razdoblja i određuje povijesni centar krasnoga turističkoga grada Splita u Hrvatskoj. Njegov izvorni tlocrt (190 x 160 metara) kombinira svojstva rimske vile i vojarne te je u sebi imala veličanstveno dvorište imena Peristil, s poganim hramovima i sfingama iz starog Egipta.

U 7. stoljeću okolni stanovnici koristili su palaču kao obrambeno utočište protiv slavenskih osvajača. Dioklecijanov mauzolej pretvoren je u katedralu svetog Dujma a carske odaje reformirane su kako bi mogle primiti nove stanovnike. Povijest je i dalje utjecala na strukturu palače tijekom srednjeg vijeka i renesanse, sve dok je u 18. stoljeću nije nanovo otkrio Škot Robert Adam i koristio je kao inspiraciju za uspostavljanje temelja engleskog neoklasičnog stila.

Danas je pojava grada Splita savršena metafora zapadne civilizacije. Zidine više nisu okružene ruralnim dijelovima, već elegantnim venecijanskim kvartom, s nekoliko baroknih vila i neprivlačnim zgradama 20. stoljeća. Tijekom Ljetnog festivala Peristil ugošćuje glazbene grupe i plesne skupine suvremenih plesova. U ogromnim podzemnim dvoranama koje su se stoljećima punile šutom danas se nalaze dućani za globalizirane turiste.

U ovom magičnom gradu ništa nije u svom izvornom obliku i ništa ne nestaje potpuno. Svaka nova zgrada odražava i naslanja se na prethodne. Svako razdoblje uspijeva se oduprijeti revolucionarnoj prirodi nadolazećeg, a u svakom uglu može se razabrati rimski sjaj vijugajući između raspuklina neke građanske kuće ili trgovine poznate modne marke.

Split također možemo smatrati ulaznim vratima na nebrojene izlete gliserima i trajektima kojima se može doprijeti na idilične jadranske otoke. Tada, kada se u sumrak brod udaljava od mola, ako zaoštrimo pogled i dušu, možemo vidjeti galantnu siluetu staroga cara koji, polaganim protekom godina, i dalje uzgaja svoj vrt. Nostalgičan za minulom slavom, ali zadovoljan jer je nakon povlačenja uspio osnovati jedinstveni grad koji će ga ovjekovječiti.    





















domingo, 12 de octubre de 2014

Los mensajes de las estatuas

¿Quién se atrevería a juzgar a un Arcángel? Sin embargo la reciente y sobria inauguración del Memorial de la Ocupación de Budapest por el nazismo fue precedida de una serie de discusiones que no termina de disiparse. Ciertas voces críticas sostuvieron que la imagen de  San Gabriel –sufriente, pasivo, indefenso- atacado por un águila rapaz no refleja adecuadamente el rol de Hungría en la Segunda Guerra Mundial.
 
                     
                         Franz Liszt

Memorial Ocupación













Conocerás al árbol por sus frutos, y a las personas por sus familias. A las sociedades se las conoce a través de sus fiestas y de sus esculturas. Aquéllas son sus madres, y éstas son sus hijas. Budapest es pródiga en estatuas que nos ayudan a comprender sus latidos, sus sueños, sus pesares….

Plaza de los Héroes

Desde luego, no todas las esculturas son iguales. Las creadas hasta mediados del siglo 20 son altivas, graves, ceremoniosas, como los jefes de las siete tribus fundadoras en la Plaza de los Héroes. Mármol y bronce distante que no nos invita a entablar una conversación afectuosa y amena. “De eso se trata el neoclasicismo”, podrán decirme ustedes. Pero no, hay algo más.

                        
                         La Fuente de Matías
Anonymus













El halconero de “La Fuente de Matías” adopta una actitud engreída que no se corresponde con su rango y la pose de “Anonymus” (en Városliget) no denota la vocación comunicativa que  caracteriza a los buenos historiadores. Coincidentemente, ambos se refugian y se apartan en una capucha que revela un misterio impostado, más perturbador que sugestivo, y tal vez carente de un auténtico secreto. Cuando interrumpen su abulia, como el Monje János Kapiztrán, lo hacen con gestos ampulosos y exagerados que concitan menos atención que ganas de cruzar de vereda. Todos muy respetables, pero ¿Quién se acercaría a invitarlos a tomar un café?


                      
                       János Kapistrán

Lenin

Los años de la ocupación soviética trajeron tiranos, íconos y amigos del régimen que hoy mascullan la amargura del destierro, reunidos y encerrados en un predio al aire libre a pocos minutos del centro (*). Aunque exilados, su ausencia no siempre pasa desapercibida.

              
                      
                                               Déryné
Policía en la calle Zrínyi













Afortunadamente la democracia le abrió las puertas a personajes más cordiales. La precursora fue la actriz “Déryné” (¡mujer y artista tenía que ser!) que irradia su luminosa simpatía desde la Plaza Krisztina. Signo de los nuevos tiempos, el Conde Sándor Károlyi y el compositor Imre Kálmán directamente nos dejan un espacio en sus asientos como invitándonos a conversar con ellos.

Conde Sándor Károlyi

Imre Kálmán

En tono más humorístico el robusto policía de la calle Zrínyi se aviene a posar con los turistas que visitan la Basílica y le acarician afectuosamente el abdomen. Pero la comedia no es una condición para concretar el necesario encuentro. Así lo sugiere el poeta Miklós Radnóti, que nos espera enfermizo y agobiado, quizás para compartir con nosotros uno de esos poemas póstumos que escribió poco antes de exhalar un suspiro final, víctima de los trabajos forzados en la última gran guerra.

Miklós Radnóti 


Con urbana sencillez Imre Nagy mantiene la mirada fija en el Parlamento y observa con atención la evolución de la república que él intentó fundar en 1956. Lo hace desde un modesto puente que quizás logre unir un día el alma de todos los personajes esculpidos en la ciudad.

     
                         
                                     Imre Nagy
Imre Nagy (detalle)
  











Angeles grises, guerreros de pedestal, comunistas nostálgicos y artistas bohemios de rostro amable. Entre ellos, más cerca de uno o de otro, pasamos nuestros días los habitantes de Budapest.  ¿Cuál de ellos representa más acertadamente nuestro futuro?

Tenemos derecho a la esperanza. Seguramente el Teniente Columbo, dubitativo y cordial como siempre en su esquina de la calle Falk nos dará la clave para descifrar el enigma.