domingo, 6 de abril de 2014

Víctor Vasarely. El arte democrático.

Durante la mayor parte de la historia de Occidente las pinturas fueron obras únicas, inmóviles  y eternas. La religión, la monarquía, la geometría euclidiana o la razón pura encontraron su mejor reflejo en obras perennes, autónomas y perfectas que reflejaban coherentemente sistemas de valores o formas de pensamiento que no dejaban resquicios. Al individuo al que no se le pedía opinión sobre el sentido de su vida, sobre la confluencia de las líneas de perspectiva ni sobre el nombre de su próximo monarca, tampoco se le daba lugar en el proceso de creación artística. El cuadro era sólo uno y estaba allí para ser admirado, bajo la luz o la penumbra, independientemente de que alguien lo observase o no. El artista no se confundía con el artesano ni con el científico. Sus creaciones eran obras completas en sí mismas y el espectador era contingente.

                      

Pero en algún momento necesariamente impreciso de la historia de nuestra civilización todo lo sólido comenzó a desvanecerse en el aire. Los crímenes de ayer se transformaron en actos legales y simpáticos. Con la facilidad con que cambiaban los canales de sus televisores, a la gente se le permitió elegir príncipes, cónyuges, dioses, profesiones, nombres y sexo; y también alternarlos a lo largo de sus vidas. Aquel mundo ordenado, de normas claras e indiscutibles, había terminado para siempre. Un mundo nuevo requería un nuevo arte. Un húngaro genial sería uno de los encargados de develarlo.

                         
Víctor Vasarely nació en Pécs en 1906. Durante tres años cursó medicina en la Universidad Eötvös Loránd pero en 1927 abandonó sus estudios para poder profundizar su formación artística. En 1930 se instaló definitivamente en París.

                     

A partir de 1954 comenzó a crear sus grandes obras maestras. Para llegar a ellas Vasarely, luego de derribar las barreras establecidas entre ciencia, plástica y artesanía, arremetió contra la distancia que separaba al creador del admirador. A partir de formas geométricas y simples pintó cuadros fáciles de reproducir para su mayor difusión entre personas no especializadas.


Sus obras ópticas desafían al público que se pregunta cuál es exactamente la forma que penetra en sus retinas. Un desplazamiento hacia un lado o un simple parpadeo modifica la percepción del espectador obligado a elegir entre distintas representaciones espaciales alternativas. Su mente descubre diferentes soluciones posibles frente a un mismo estímulo y toma consciencia del universo oscilante en el que vive. La sensación ya no es un medio para evocar a un santo, una batalla, un quinteto de mujeres en Avignon o un cuadrado, sino la protagonista absoluta del hecho artístico. La obra de arte no existe sino en tanto generadora de sensaciones en un admirador anónimo devenido en participante necesario de la creación plástica. El espectador no es un tercero exterior que observa sino el socio del artista y el gran tema de la obra. Una obra única y personal que existirá solamente durante el lapso en que su mirada se detenga sobre el lienzo. En ese precioso momento podría descubrir un tesoro que mejorará su vida para siempre. Tal la esperanza del artista.

                          

Victor Vasarely murió en Francia en 1997. Dos de sus mejores muestras permanentes se encuentran en los Museos Vasarely de Pécs y de Budapest  Sólo cuando el lector los visite estas líneas adquirirán pleno sentido. Y la obra de Viktor Vasarely estará terminada.

                              

Museo Vasarely de Pécs http://www.jpm.hu/index.php?m=1&s=2&id=89
Museo Vasarely de Budapest http://www.vasarely.hu/


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