En 1532, el
Imperio Turco se encuentra en su apogeo. Controla el Mediterráneo oriental. Asia menor,
los Balcanes y Rodas ya le
pertenecen. Una presa aún mayor se
encuentra al alcance de su mano. A principios de agosto Solimán el Magnífico
avanza por las llanuras de Hungría encadenando un éxito tras otro con la
certeza de que esta vez Viena no se le podrá resistir. Ya aprendió la lección:
debe llegar antes de que termine el verano para evitar que el clima y las
lluvias de otoño vuelvan a jugarle una mala pasada como durante la amarga
derrota de 1529. El Gran Sultán, el Supremo Legislador, tiene motivos para
sonreír: encabeza un ejército de 120 mil hombres que se encuentra a tres o
cuatro días de Viena. Desde allí, soñar con el resto de Europa no será
descabellado. Entre él y la gloria sólo se interpone Köszeg, una pequeña e
inofensiva fortaleza que no debería oponer mayor resistencia.
Köszeg,
ciudad húngara situada a 3 Km de la frontera con Austria, hoy tiene 14.000
habitantes. En 1532 eran muchos menos. Un puñado de familias apenas protegidas
por una guarnición de 700 hombres librada a su suerte por el Archiduque
Fernando I quien, ante la inminente amenaza otomana, prefirió replegar su
ejército. La suerte parecía echada. Pero
el destino tenía otros planes. Sin disponer de un solo cañón y contra toda lógica,
el Jefe Militar de Köszeg el temerario
Capitán croata Miklós Jurisics ordenó resistir. Organizó una estrategia
de defensa integral en la que hasta los ancianos, las mujeres y los niños
tendrían un lugar junto a los soldados.
Sus hombres combatieron con fiereza y el pueblo no faltó a la cita.
Desde una
loma enfrente de la ciudad –que aún hoy se divisa claramente desde la torre del
castillo- Solimán y su Gran Visir Ibrahim Pashá contemplaban los
acontecimientos sin poder dar crédito a lo que veían.
Durante 25 días uno de los mayores ejércitos
del Siglo 16 sometió a la ciudad a un bombardeo inclemente. Varias veces los muros parecieron ceder, pero
la moral de los defensores permaneció intacta. Diecinueve intentos de asalto
fueron repelidos por el coraje del pueblo. Cada día que pasaba era decisivo. A
los Jenízaros, el cuerpo de elite del Sultán, se les había prometido que
regresarían a casa antes de octubre.
Además, había trascendido que Carlos V en persona comandaba un ejército
que estaba en camino para a socorrer a su hermano. Mientras tanto, el
temido otoño ya asomaba en el
horizonte.
Muy a su
pesar, pero consciente de la situación, Solimán ordenó la retirada. Viena
tendría motivos para no olvidarse nunca de Köszeg. El 30 de agosto a las 11.00 de la mañana, las
últimas tropas turcas abandonaron el sitio.
En la
actualidad el fuerte de Köszeg está abierto al turismo. Un museo documenta con
detalles los hechos históricos y algunas salas fueron acondicionadas para banquetes,
y otras para juegos infantiles.
La ciudad
luce además una de las plazas mejor conservadas del país y es un centro
vitivinícola de prestigio: una vitrina del museo guarda un libro donde cada año
(¡desde 1700!) se agrega una página con tres dibujos hechos a mano que ilustran
y homenajean a las nuevas vides destinadas a la producción de buenos tintos.
Pero,
claro, en la vida de la ciudad nada se
compara a las fiestas del 30 de agosto, cuando el pueblo entero vuelve ser
protagonista en la representación de las jornadas de gloria: la victoria
inolvidable que se celebra también cada día, cuando a las 11 de la mañana las
campanas de la Iglesia repican a pleno para festejar que el ejército de Solimán
el Magnífico no pudo con Köszeg.
Muy bueno Claudio ! Historia viva...
ResponderEliminarMuchas gracias. Es lo que siempre he buscado en mis clases de historia.
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