martes, 2 de abril de 2013

La música y el silencio



Presidente de Hungría, Janos Ader
 
A poco de llegar a Hungría tuve la oportunidad de cambiar algunas palabras con el Presidente de de la Nación. En ese breve encuentro el Presidente János Áder me recomendó que, si me interesaba la buena música, no dejara de visitar el Palacio de las Artes (MUPA) (http://mupa.hu/en/). No todos los días se reciben sugerencias de tan alto nivel y, por supuesto, decidí seguir su consejo. En el marco del XIII Festival de la Primavera, Claudio Abbado dirigiría la Orquesta Mozart en la Sala Bártok del MUPA. La ocasión no podía ser mejor. (http://www.btf.hu/btf2013/)


Claudio Abbado
De Claudio Abbado no les voy a hablar mucho porque sería inútil: las leyendas musicales no se cuentan. Se escuchan. Pero para escucharlas en buena forma hace falta silencio de alta calidad: y ése es precisamente un bien valiosísimo que parece no escasear en Budapest.


Palacio de las Artes (MUPA)

El Palacio de las Artes es un magnífico centro cultural que alberga varios espacios para exposiciones y artes escénicas. La Sala Bártok –el auditorio mayor del Palacio- tiene una capacidad para 1800 personas sentadas, fue inaugurada en 2005 y posee una tecnología de última generación cuya clave es la flexibilidad. El escenario está dotado de tres ascensores hidráulicos que permiten adaptarlo a las distintas formaciones orquestales, mientras que la acústica de la sala también se acondiciona, según las circunstancias, mediante un sistema de telones, cámaras y paneles móviles que se accionan desde una cabina con la ayuda de motores. El resultado es una acústica infalible en cada concierto.

La Sala Bartok nos asegura  una buena experiencia desde antes que lleguemos a ella. El amplio garage subterráneo del MUPA (gratuito para todos los poseedores de entradas) permite que dejemos sobretodos y paraguas en el auto, incluso en una noche con tormenta de nieve como la del 27 de marzo (el servicio meterológico no se dio por enterado de que este es el Festival de la Primavera).  
En la puerta de la sala, unos modernos recipientes esféricos ofrecen caramelos sin costo, como cordial prevención contra toses y carrasperas. Una señorita muy amable nos obsequia un programa (nadie le da propina y ella no pierde la sonrisa) y supone amablemente que ya sabemos leer los números arábigos. Como cada uno se acomoda por su cuenta, el ingreso se hace mucho más ágil. Al leer el programa compruebo que es totalmente distinto al que se había informado por internet pero, en estas circunstancias ¿a quién puede importarle? Ninguna voz en off anuncia que no se puede hablar por teléfono, ni sacar fotos con flash, ni tocar el trombón, ni asesinar a la suegra. Son cosas que entre personas civilizadas se dan por sabidas. 
Los músicos y el director son ovacionados. El público les regala el silencio más hondo y expectante que se pueda imaginar. Claudio Abbado hace simplemente lo que siempre se espera de él. Nadie –absolutamente nadie- se movió de su butaca hasta un rato después de terminado el segundo bis.

Gracias al público, a los músicos y al Presidente de Hungría por su  consejo.







 

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