martes, 11 de junio de 2013

La Santa y el Príncipe ( Sárospatak I )

Sárospatak es una pequeña ciudad de unos 15.000 habitantes ubicada en el noreste de Hungría. Pero su importancia es mucho mayor que su tamaño; y la serenidad de sus calles invitan a la reflexión. Dos edificios sobresalen en su horizonte: el Templo de Santa Elizabeth y el Castillo Rákoczi.  Desde las orillas del Bodrog puedo contemplar alternativamente a uno y a otro y preguntarme: ¿Qué habrá sido más importante en la constitución y en el desarrollo del pueblo húngaro? ¿El espíritu o la materia? ¿Cuál es el cincel que talla más profundo en la piedra de la historia? ¿La comunión o la espada? ¿El amor o la guerra? ¿La Santa o el Príncipe?


Aquí en 1207 nació Elizabeth, descendiente de los Árpad e hija del rey Andrés II de Hungría.  A los 4 años ya estaba comprometida en matrimonio con Luis de Varburg, Conde de Turingia. Se casaron cuando ella tenía 14 años y juntos tuvieron tres hijos. Sensible al dolor de los débiles, contó con la anuencia de su marido para ayudarlos y repartir buena parte de su fortuna entre los más necesitados. Su caridad alcanzó grado heroico cuando, en tiempos de la peste, se desvivía por atender a los enfermos y darle de comer a los hambrientos. Enviudó a los 20 años y falleció cuando apenas tenía 24. En su lecho de muerte recibió una carta de consuelo de San Francisco de Asís. Cuatro años después de su muerte fue canonizada. Muy pronto se incrementó el número de niñas llamadas Elizabeth en Alemania, Italia y  España. La veneración por Santa Elizabeth se extendió rápidamente por toda Europa.
La Basílica que la recuerda en su tierra natal fue originalmente construida en el Siglo 15 aunque sufrió algunas reformas hasta el siglo 18, cuando la enriquecieron con el imponente retablo barroco que hoy puedo admirar en el altar mayor.  En el exterior, una escultura de Imre Varga la representa a caballo, junto a su querido esposo. A pocos pasos, en un pequeño museo encuentro documentos que ilustran su vida ejemplar y su legado.






Después de diez minutos de tranquila caminata llego al Castillo Rákoczi.  A fines del siglo 17,  trescientos cincuenta años después de la muerte de Elizabeth, el territorio húngaro estaba ocupado o era amenazado por los Habsburgo, el Sultán de Turquía y otras potencias extranjeras.  Los Rákoczi poseían más de un millón de hectáreas de tierra, eran la familia más poderosa de Hungría y la gran esperanza de los nobles y campesinos que soñaban con recuperar la independencia de la nación. Una pequeña esquina del castillo, con su famosa cúpula centrada en una rosa, fue testigo de las conspiraciones independentistas de Francisco I (en latín la expresión “sub rosa” denota secreto o confidencialidad). 



Su hijo, Francisco II,  fue el más grande de los Rákoczi. Nació en 1676, cuatro meses antes de la muerte de su padre, y pasó la mayor parte de su infancia bajo la custodia del Emperador Leopoldo I. Al llegar a la mayoría de edad instaló en Sárospatak su corte principesca junto con su esposa Carlota Amelia de Hessen.  
Francisco II Rákoczi estaba convencido de la necesidad de una ayuda exterior para su causa, y su inteligencia y espíritu refinado lograron despertar la atención de los mayores tronos de Europa. Pedro El Grande, dueño de ricos viñedos cercanos a Sárospatak (región de Tokaij), lo reconoció como  su amigo; y el Castillo exhibe, entre otros tesoros, un precioso armario obsequio de Luis XIV.


Héroe popular, estratega político y hombre de armas,  la vida de Rákoczi está colmada de episodios increíbles. En el fragor de algún sangriento combate sus soldados lo dieron por muerto y lo dejaron abandonado en el campo de batalla. En 1701 la Corte de Viena lo encarceló en Wiener-Neustadt y su esposa lo ayudó a escapar. En 1703  fue elegido Príncipe de Transilvania y,  bajo el auspicio de la Guerra De Sucesión Española, decidió que era el momento de encabezar una lucha frontal por la Independencia. Al frente de una armada formada mayormente por siervos y trashumantes supo complicarle la vida a los experimentados ejércitos imperiales comandados por Eugenio de Saboya, genio militar y diplomático de la época. Mandó a acuñar una nueva moneda de cobre para sus dominios y fomentó el florecimiento de la cultura sobre la base de la tolerancia religiosa. Pero el talento del patriota no se vio coronado por el éxito: en 1711 los Habsburgo llegaron a una paz de compromiso con los nobles de la región y los sueños de Rákoczi se distanciaron irremediablemente de la realidad.  En Polonia se reunió con el Zar de Rusia y en París con el Rey de Francia. Cada uno a su turno le dispensaron los mejores tratos y le prometieron protección personal, pero le retacearon lo que más ansiaba: apoyo político y militar para la rebelión de Hungría. En 1717 llegó a Constantinopla con la expectativa de una alianza con el Sultán. Vanas fueron sus esperanzas. Solamente consiguió una vivienda en un centro de refugiados de Rodosto, pequeño poblado sobre el Mar de Mármara.

Toda su inmensa hacienda, toda la fortuna de su familia fue ejecutada. Los Habsburgo habían  decidido que el nombre de los Rákoczi se borrara de la faz de la tierra. Francisco II Rákocsi vivió en Rodosto los últimos 18 años de su vida, dedicado a la carpintería y a la escritura. Tal vez en aquel rincón del Imperio Otomano, mientras conversaba y trabajaba con sus viejos camaradas de armas,  le habrán venido a la mente las enseñanzas de Elizabeth. Allí, durante sus las largas caminatas por el bosque,  Rákoczi habrá tenido oportunidad de reflexionar sobre la vanidad de las riquezas, las amistades políticas y la vida palaciega a las que –ciertamente por la fuerza-  también él había renunciado. Quizás, en aquellas  melancólicas tardes del exilio, la pasión por sus ideales y el sufrimiento por no concretarlos exorcizaron el abismo de tiempo y de creencias que lo separaban de la Santa. En esa contemplación,  en ese amor compartido por el pueblo húngaro sus almas se aproximaron y quedaron unidas para siempre… una junto a la otra. Como el amor y la guerra en la historia del mundo. Como la Basílica y el Palacio de Sárospatak. 

6 comentarios:

  1. Estimado Claudio, gracias otra vez por acercarnos la historia desde tierras tan lejanas, con tus impresiones personales que siempre agregan detalles que hacen disfrutar aún más la lectura.
    Excelente semblanza y mejor prosa. Felicitaciones y siempre te estoy leyendo!

    ResponderEliminar
  2. Estimado Claudio:

    Tal como hablamos elegi este articulo para nuestro ultimo numero de El Quincenal. Esta realmente muy bien. Espero te guste como ha quedado.

    Un abrazo,

    Sebastian

    http://quincenal.hu/2013_07_20/articulos/g.htm

    ResponderEliminar
  3. Honorable Señor Claudio Giacomino, Encargado de Negocios a.i. de la Embajada de la Hermana República de Argentina en Hungría:
    Estimado Claudio: Recibe un atento y cordial saludo en nombre de la Embajada de la República Bolivariana de Venezuela en Hungría, de mi familia y en el propio. Felicidades por esta gran iniciativa de hacer este interesante y útil diario, que servirá para dar a conocer la región de nuestra acreditación, países de tú concurrencia diplomática-consular y países cercanos. Un abrazo.
    Atentamente, Raúl Betancourt Seeland

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gacias Raúl querido, un placer recibir tus saludos y un honor ser leído por un represente tan digno de la querida República Bolivariana de Venezuela. Abrazo.

      Eliminar
  4. Querido Claudio: Hermoso artículo sobre Sárospatak, el pobre Rákoczi y Santa Isabel de Hungría. Disfruto siempre de tu prosa exquisita y melancólico humor.
    Un fuerte abrazo
    Pablo De Santis

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Pablo! Siento un poco como que estaba peloteando en el club y pasó Agassi y me dijo "¡Qué bien que estás tirando el revés!". Pero es lindo...

      Eliminar