Sárospatak es una pequeña ciudad de unos 15.000 habitantes
ubicada en el noreste de Hungría. Pero su importancia es mucho mayor que su
tamaño; y la serenidad de sus calles invitan a la reflexión. Dos edificios
sobresalen en su horizonte: el Templo de Santa Elizabeth y el Castillo Rákoczi.
Desde las orillas del Bodrog puedo
contemplar alternativamente a uno y a otro y preguntarme: ¿Qué habrá sido más
importante en la constitución y en el desarrollo del pueblo húngaro? ¿El
espíritu o la materia? ¿Cuál es el cincel que talla más profundo en la piedra
de la historia? ¿La comunión o la espada? ¿El amor o la guerra? ¿La Santa o el
Príncipe?
Aquí en 1207 nació Elizabeth, descendiente de los Árpad e hija del rey Andrés II de Hungría. A los 4 años ya estaba comprometida en matrimonio con Luis de Varburg, Conde de Turingia. Se casaron cuando ella tenía 14 años y juntos tuvieron tres hijos. Sensible al dolor de los débiles, contó con la anuencia de su marido para ayudarlos y repartir buena parte de su fortuna entre los más necesitados. Su caridad alcanzó grado heroico cuando, en tiempos de la peste, se desvivía por atender a los enfermos y darle de comer a los hambrientos. Enviudó a los 20 años y falleció cuando apenas tenía 24. En su lecho de muerte recibió una carta de consuelo de San Francisco de Asís. Cuatro años después de su muerte fue canonizada. Muy pronto se incrementó el número de niñas llamadas Elizabeth en Alemania, Italia y España. La veneración por Santa Elizabeth se extendió rápidamente por toda Europa.
La Basílica que la recuerda en su tierra natal fue
originalmente construida en el Siglo 15 aunque sufrió algunas reformas hasta el
siglo 18, cuando la enriquecieron con el imponente retablo barroco que hoy puedo
admirar en el altar mayor. En el
exterior, una escultura de Imre Varga la representa a caballo, junto a su
querido esposo. A pocos pasos, en un pequeño museo encuentro documentos que
ilustran su vida ejemplar y su legado.
Después de diez minutos de tranquila caminata llego al
Castillo Rákoczi. A fines del siglo 17, trescientos cincuenta años después de la
muerte de Elizabeth, el territorio húngaro estaba ocupado o era amenazado por
los Habsburgo, el Sultán de Turquía y otras potencias extranjeras. Los Rákoczi poseían más de un millón de
hectáreas de tierra, eran la familia más poderosa de Hungría y la gran
esperanza de los nobles y campesinos que soñaban con recuperar la independencia
de la nación. Una pequeña esquina del castillo, con su famosa cúpula centrada
en una rosa, fue testigo de las conspiraciones independentistas de Francisco I
(en latín la expresión “sub rosa” denota secreto o confidencialidad).
Su hijo, Francisco
II, fue el más grande de los Rákoczi.
Nació en 1676, cuatro meses antes de la muerte de su padre, y pasó la mayor
parte de su infancia bajo la custodia del Emperador Leopoldo I. Al llegar a la
mayoría de edad instaló en Sárospatak su corte principesca junto con su esposa
Carlota Amelia de Hessen.
Francisco II Rákoczi estaba convencido de la necesidad de
una ayuda exterior para su causa, y su inteligencia y espíritu refinado lograron
despertar la atención de los mayores tronos de Europa. Pedro El Grande, dueño
de ricos viñedos cercanos a Sárospatak (región de Tokaij), lo reconoció como su amigo; y el Castillo exhibe, entre otros
tesoros, un precioso armario obsequio de Luis XIV.

Toda su inmensa hacienda, toda la fortuna de su familia fue
ejecutada. Los Habsburgo habían decidido
que el nombre de los Rákoczi se borrara de la faz de la tierra. Francisco II
Rákocsi vivió en Rodosto los últimos 18 años de su vida, dedicado a la
carpintería y a la escritura. Tal vez en aquel rincón del Imperio Otomano,
mientras conversaba y trabajaba con sus viejos camaradas de armas, le habrán venido a la mente las enseñanzas de
Elizabeth. Allí, durante sus las largas caminatas por el bosque, Rákoczi habrá tenido oportunidad de
reflexionar sobre la vanidad de las riquezas, las amistades políticas y la vida
palaciega a las que –ciertamente por la fuerza-
también él había renunciado. Quizás, en aquellas melancólicas tardes del exilio, la pasión por
sus ideales y el sufrimiento por no concretarlos exorcizaron el abismo de
tiempo y de creencias que lo separaban de la Santa. En esa contemplación, en ese amor compartido por el pueblo húngaro
sus almas se aproximaron y quedaron unidas para siempre… una junto a la otra. Como
el amor y la guerra en la historia del mundo. Como la Basílica y el Palacio de
Sárospatak.
Estimado Claudio, gracias otra vez por acercarnos la historia desde tierras tan lejanas, con tus impresiones personales que siempre agregan detalles que hacen disfrutar aún más la lectura.
ResponderEliminarExcelente semblanza y mejor prosa. Felicitaciones y siempre te estoy leyendo!
Estimado Claudio:
ResponderEliminarTal como hablamos elegi este articulo para nuestro ultimo numero de El Quincenal. Esta realmente muy bien. Espero te guste como ha quedado.
Un abrazo,
Sebastian
http://quincenal.hu/2013_07_20/articulos/g.htm
Honorable Señor Claudio Giacomino, Encargado de Negocios a.i. de la Embajada de la Hermana República de Argentina en Hungría:
ResponderEliminarEstimado Claudio: Recibe un atento y cordial saludo en nombre de la Embajada de la República Bolivariana de Venezuela en Hungría, de mi familia y en el propio. Felicidades por esta gran iniciativa de hacer este interesante y útil diario, que servirá para dar a conocer la región de nuestra acreditación, países de tú concurrencia diplomática-consular y países cercanos. Un abrazo.
Atentamente, Raúl Betancourt Seeland
Gacias Raúl querido, un placer recibir tus saludos y un honor ser leído por un represente tan digno de la querida República Bolivariana de Venezuela. Abrazo.
EliminarQuerido Claudio: Hermoso artículo sobre Sárospatak, el pobre Rákoczi y Santa Isabel de Hungría. Disfruto siempre de tu prosa exquisita y melancólico humor.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Pablo De Santis
Gracias Pablo! Siento un poco como que estaba peloteando en el club y pasó Agassi y me dijo "¡Qué bien que estás tirando el revés!". Pero es lindo...
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